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miércoles, 9 de marzo de 2011

Heridas y muerte.

Me duele todo, no sé ni como soy capaz de teclear estas palabras, cada vez que pulso una tecla una punzada de dolor me recorre todo el cuerpo, pero prefiero escribir, si, por lo menos no estaré en mi cama, mirándome las heridas, volviéndome loca, mientras me paso los minutos drogándome a base de analgésicos y antibióticos caducados.
No sé como estoy viva, pero ha faltado poco para morir, muy poco.
Os preguntareis qué me ha pasado, pues os lo contaré, hace dos días cuando empezaba a oscurecer, he decidido como siempre revisar mis trampas y las cañas que tengo repartidas por el puerto, a ver si con algo de suerte había podido pillar algo para llenar mi precaria nevera, salí tranquilamente de mi faro, observando como siempre a las estirgas que buscaban algún sitio para ocultarse, y pasar la noche, primero miré los cebos cercanos al faro, y tuve suerte, en dos de ellos habían caído una liebre respectivamente, un buen botín, con mis dos presas guardadas en mi zurrón, bajé hasta el puerto, caminando tranquilamente por el paseo de Cala Gat hasta el rompeolas, mirando el cielo rojizo de ese hermoso atardecer; cuando llegue al rompeolas vi que en una de mis cañas había picado un pez bastante grande, una buena pieza, la cual pensaba en cocinar nada más llegara a casa, despreocupada me preparé a irme del rompeolas, cuando de repente, justo a la salida del rompeolas, contemplé que había dos perros salvajes, los cuales me cerraban el camino, y me miraban con cara de pocos amigos, gruñéndome con rabia, yo tragué saliva, seguro que esos dos perros salvajes habían seguido el olor de mis dos liebres, un aroma irresistiblemente para ese par de perros salvajes y hambrientos, en ese instante una de las farolas del puerto comenzó a brillar débilmente, mostrando a los perros de los cuales solo veía hasta entonces sus siluetas, eran un pastor alemán y un mastín enorme , ambos perros tenían un aspecto muy demacrado por el hambre, pero el pastor alemán se notaba que era mucho más joven, y el líder de esa pequeña manada; el pastor alemán hizo un extraño movimiento, tras el cual se lanzó a la carrera contra mi, seguido de cerca por el viejo e imponente mastín, yo sin dudarlo desenfundé mi pistola, y disparé una salva de tres disparos, los cuales impactaron en el pastor alemán, los dos primeros tiros le acertaron en la pata derecha, pero el can siguió cojeando la carrera a pesar de las heridas, pero la tercera bala le dio de lleno en la cabeza, dejándolo muerto; el mastín prosiguió su carga ajeno a la muerte de su compañero, y del peligro de mi arma, seguramente era tan grande su hambre, que ahora solo le importaba saciar su apetito, yo le apunté, pero ya era tarde, esa enorme fiera se abalanzó sobre mi, arrojándome por el suelo, mientras me mordía con rabia el antebrazo derecho, haciéndome soltar el arma, mientras yo le golpeaba con la zurda, intentando zafarme de su dolorosa mordida, súbitamente el perro intentó morderme el cuello, por poco evadí la mortal dentellada, pero sin perder ni un segundo, se lanzó a morderme el brazo y antebrazo izquierdo, cegado seguramente por el sabor de mi sangre, noté como esa bestia rasgaba mi carne, mientras mi sangre caía por su garganta maloliente, notaba como esa bestia estaba fuera de si totalmente, juntando todas mis fuerzas logré incorporarme un poco, en esos segundos los cuales parecían siglos, en ese momento mi mente no sabía que hacer, y me veía muerta por ese perro, cuando de repente, de entre las sombras Brufa apareció, mi perra saltó al lomo de aquel mastín que era mucho más grande que ella, y comenzó a morderle con fuerza el lomo, el perro gruñó y se preparó para hacer frente a ese inesperado rival, yo me zafé entonces viendo como ambos perros luchaban a muerte entre si, en una especie de bola de piel, dientes y gruñidos, la cual giraba enloquecida sobre si misma; yo cogí la pistola del suelo, en ese instante vi mi sangre, estaba cubierta por ella, y tenía el cuerpo lleno de multitud de heridas, las cuales en ese momento no me dolían, el mastín lanzó a Brufa con fuerza, se notaba que ese perro estaba muy acostumbrado a pelear, no como mi pobre doberman, yo apunté en ese instante al mastín, y disparé el perro recibió un balazo en su abdomen, el cual le hizo dar un gruñido doloroso, a pesar de todo cargó de nuevo contra mi, intenté disparar pero las balas del cargador se habían acabado, sin poder hacer nada, noté como de nuevo el mastín se abalanzaba sobre mi, el peso de sus patas cayó sobre mi como una losa, tirándome de nuevo al suelo, perdiendo la conciencia, y cayendo en la oscuridad.
Cuando por fin me desperté, estaba tirada en el suelo, con la ropa hecha jirones y cubierta de sangre, estaba totalmente dolorida, tenía todo el cuerpo cubierto de heridas, y muchas de ellas de mal aspecto, a mi lado estaba Brufa, con su cabecita sobre mi abdomen, vigilándome y cuidándome, la acaricie y mi niña puso un gesto tierno en su cara, mientras gimoteaba de dolor, miré la palma de mi mano, y estaba cubierta de sangre, me incorporé y vi que Brufa estaba cubierta de heridas, mucho más feas que las mías, la pobre se había sacrificado peleando contra ese mastín, miré a mi alrededor, ese enorme perro se había ido, allí solo quedábamos Brufa, yo y el cadáver del pastor alemán, en ese instante vi que la luz de la farola se apagaba, eso significaba que la célula fotosensible que la controlaba, detectaba luz solar, y que pronto amanecería.
Empecé a incorporarme del suelo, estaba muy dolorida, súbitamente una estirga surgió de una casa en ruinas, la estirga marchaba con paso lento, mirando al este, como si así animara al sol a salir, pero de repente giró su horrible y deforme cabeza, mirándome directamente a mi, de sus horribles fauces surgió una especie de graznido, el cual fue respondido por mil más, mientras que las horribles estirgas comenzaban a surgir por todas partes, marchando con paso lento hacia el rompeolas, cortándome mi única salida, mientras la primera estirga las esperaba, cerrándome el paso.
Pensé en que solo había una forma de salvarse, cogí a Brufa, la escondí detrás de unos tablones y cascotes, y le pedí que no se moviera, aunque con aquellas heridas le sería imposible, esas estirgas me querían a mi, y de la misma forma que ella se había sacrificado por mi, yo lo haría por ella.
Cojeando me acerqué a la estirga que me cerraba el paso, y cuando estaba al alcance de mi fusil de agua, le disparé un certero chorro, ese monstruo dio un alarido que retumbó por todo el pueblo como un cañonazo, tras el cual comenzó a correr detrás mía, mientras el resto de estirgas, como si una nueva energía las animara, empezaron a perseguirme a gran velocidad, llenando el rompeolas en solo cuestión de segundos, yo corría por el rompeolas, tragándome el dolor que sentía al dar cada zancada, mientras de reojo contemplaba como una marabunta de estirgas me perseguía, yo disparaba con el fusil de agua hacía atrás, haciendo con mis chorros de agua, enlentecerlas, pero también que estuviesen cada vez más furiosas y concentradas en mi, llegué al final del rompeolas, estaba rodeada, solo quedaba una salida, saltar al agua, me dejé caer, el agua estaba helada, y me escocía muchísimo la sal en las heridas, al principio intenté mal flotar, pero me costaba mucho, los brazos me dolían a rabiar, y a cada brazada que daba para avanzar notaba que la corriente me llevaba lejos de la costa del otro lado, donde debía llegar, mientras cientos de estirgas se aglomeraban en el puerto, gritando y amenazándome, ansiando cazarme o verme ahogarme, durante casi unos quince minutos luché brazada a brazada, hasta llegar a la costa, una vez allí caí de rodillas, no podía casi ni respirar del agotamiento y el frío, casi sin poder mantenerme en pie caminé, mirando de reojo el rompeolas repleto de estirgas, las cuales comenzaban a irse para volver a cazarme, sonreí, si se iban era imposible que cazaran a Brufa, caminé hasta una casa cercana y en ruinas, y allí me escondí en el sótano; sentí como aquellas cosas inspeccionaban casa por casa, palmo a palmo, pero por suerte, no decidieron pasar al interior de ese húmedo sótano, en el cual me quedé dormida con mi dolor.
Cuando desperté ya era el ocaso, salí de mi escondite, y vi las estrellas, suspiré satisfecha, lo había conseguido, caminé por las calles vacías, nada había para mi en ellas, excepto dolor, soledad y pasado, llegué al escondite donde dejé a Brufa, pero mi perra ya no estaba allí, solo un charco de su sangre quedaba allí, suspiré y deseé que mi querida amiga estuviera en casa, en el faro el cual brillaba como cada noche...
Caminé hasta casa, tardando en hacer el camino que hago en apenas veinte minutos, más de dos horas, parándome cada poco, luchando por cada paso, deseando llegar a la seguridad de mi hogar.
Cuando llegué a mi faro, lo primero que hice fue llamar a Brufa, pero no estaba, la llamé una y otra vez, pero mi preciosa perrita no estaba, entré en casa, me duché, luego me curé las heridas con gasas, vendas y cremas que cogí en el centro sanitario, y luego me atiborré de pastillas, deseando poder dormir, pensando en Brufa y lo que le debería pasar.
Hoy me he despertado con fiebre, mucha fiebre, he seguido automedicándome, pero nada me quita el dolor, y las heridas tienen cada día más pus y peor aspecto, no sé, no dejo de pensar en Brufa, ahora estoy sola, con mi gato, el cual no hace nada más que dormir al sol, y dejarse acariciar un poco, cuando pensaba que no podía estar más sola, la soledad me golpea de nuevo con mucha más dureza.

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